Se calcula que el virus de la gripe lleva 80 millones de
años sobre la faz de la tierra. En tantos años le ha dado tiempo a generar
multitud de casos de enfermedad, la mayoría desconocidos, pero otros han
llamado más la atención y algunos, incluso, podrían haber cambiado el curso de
la historia.
En 1580 una epidemia de “catarro inclementísimo” según los
cronistas -una más que probable gripe de origen aviar o porcina según los
epidemiólogos de hoy- recorrió España durante el final del verano y comienzos
del otoño afectando a gran parte de la población incluyendo a la familia real.
La reina Anna de Austria moriría el 26 de octubre de gripe y, antes que ella,
el mismísimo Felipe II (quien probablemente la contagió) se vio tan afectado
que se creyó morir y dictó testamento. Todos ellos se encontraban en Badajoz
junto al resto de la Corte y los tercios de Flandes al mando del Duque de Alba
que habían acudido en largo viaje a la llamada de su rey dispuestos a tomar Portugal para hacer valer
sus derechos dinásticos al trono.
Las tropas entraron apenas unos meses antes en Portugal, evitando
que una gripe que diezmó la Corte, numerosos monasterios y miles de hogares, malograra
el objetivo y permitiendo a Felipe II ser proclamado finalmente Rey de Portugal
tras guardar el luto por su amada esposa.
En 1918 tuvo lugar una de las peores pandemias conocidas, la
“gripe española”, que afectó a la mitad de la población mundial y mató a más de
20 millones de personas en solo 25 semanas en un momento en el que el mundo
arrastraba varios años de la cruenta Primera Guerra Mundial. No se denominó
española por ser el origen de la epidemia (surgió en EE.UU. cuyos soldados la
trajeron a Francia y de ahí a España y al resto de Europa) sino por cómo se cebó
con nuestro país afectando a 8 millones de personas y dejando cientos de miles de muertos, así como por la falta de censura en la prensa de nuestro país a la hora relatar la
evolución de la enfermedad, convirtiéndose en cronista internacional. Esta
libertad provenía de nuestro carácter neutral en la Guerra, en cambio el resto de países no
se podían permitir que las noticias desmoralizasen a sus soldados que pensaban que la gripe solo afectaba a España.
La Guerra finalizó apenas unos meses después, pero sus
efectos devastadores favorecieron que la epidemia se prolongase hasta 1920 dejando
finalmente de 50 a 100 millones de muertos.
En 2012, lejos de hechos históricos y
trascendentales, una historia cotidiana y actual nos recuerda que la gripe
sigue estando ahí. El 1 de marzo en un pueblecito de Maryland en EE.UU.
moría una anciana de 81 años sin conocerse la causa. La edad, ya se sabe…pero a
los pocos días morían también dos de sus hijos sin que se pudiese hacer nada
por salvarlos. Apenas sin tiempo para recuperarse de la triste noticia, una
tercera hija era ingresada con los mismos síntomas. El pánico se apoderó de un
pueblo donde todos los habitantes guardan parentesco entre sí y especialmente
con la damnificada familia, pues sus antepasados habían fundado una
congregación de la iglesia metodista en aquel lugar. Todos ellos compartían
genes y además habían compartido días de enfermedad y de funerales en estrecho
contacto entre sí. Malo si era una enfermedad hereditaria, peor si era una
enfermedad contagiosa.
La enfermedad se detuvo apenas unos días más tarde tras
algún otro ingreso y finalmente se desenmascaró al responsable: el virus de la
gripe A pero unido a una grave neumonía bacteriana secundaria que les provocó
la muerte.
Las amistades
peligrosas
La gripe puede matar por sí misma, pero es más habitual que
favorezca infecciones bacterianas que son las responsables de la mortalidad. A
la cabeza de estos “amigos” de la gripe se encuentra el neumococo, bacteria responsable
de unos graves cuadros de neumonía que acababan rápidamente con la vida de los
pacientes cuando no existían los antibióticos y aún en nuestros días puede ser
difícil de tratar en muchos casos.
Pero no es el único, la infección por la bacteria Staphylococcus aureus era una complicación de la gripe menos habitual hasta ahora, pero está aumentando. Es una bacteria muy presente entre nosotros. Cualquiera que haya sufrido una foliculitis, un forúnculo o un "padrastro" infectado (paroniquia) en un dedo, por ejemplo, ha visto sin saberlo una de sus caras menos agresiva casi con seguridad. Pero esta bacteria puede adquirir, y transmitir, mecanismos de virulencia y resistencia que dificultan su tratamiento e, incluso, pueden provocar una rápida y certera muerte como desgraciadamente ha ocurrido entre los miembros de esta familia norteamericana hace tan solo unos días.
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